martes, 18 de octubre de 2011

En medio del Mediterráneo

Tras la magnífica experiencia compartida de nuevo junto a Ruta Quetzal, me dirigí, con apenas un par de días entre una y otra aventura, hacia Mallorca para comenzar la beca JAE Intro (Introducción a la investigación), del CSIC. Allí estaría dos meses, durante los cuales mi trabajo se centró en el estudio de las propiedades de las redes y, más en contreto, las sociales (que no sólo incluyen las cibernéticas, sino las de amistad, viajantes, científicos o actores). Ésta es una rama de la Física que no se estudia en la carrera y me pareció realmente interesante, pues sus aplicaciones son muchas y los modelos, en algunos casos, reproducen fielmente la realidad.
El comienzo no pudo ser mejor, puesto que tenía muchas ganas de realizar este viaje: un vuelo desde Albacete (ABC) hasta Palma (PMI), pudiendo disfrutar desde el aire de paisajes destacados como el parque de Abelardo Sánchez o las curvas que describe el Júcar a su paso por mi querida tierra. Muy pronto (apenas cuarenta minutos), en medio del mar, se divisaría tierra: una isla, ya conocida, pero apenas recordada (la visité siendo muy pequeño), estaba ante mí, y tendría dos meses para descubrir muchísimos de sus rincones. Lo primero que me sorprendería, en el trayecto desde el aeropuerto hasta el centro, serían unos coloridos molinos que sorprenden al observador por su tamaño y número.
De la capital, Palma, decir que tiene auténticos rincones preciosos. Uno de ellos es el castillo de Bellver, situado en lo más alto del bosque del mismo nombre, que ofrece, a una altura de cien metros sobre el nivel del mar, unas vistas privilegiadas sobre el municipio y su bahía. Muy pronto descubriría este mágico paraje gracias a mis compañeros de piso, que me ofrecieron la posibilidad de asistir a un concierto sobre música culta inspirada en el continente asiático en un atardecer inolvidable: Coral y Kai, muchísimas gracias por llevarme hasta allí.
Otro de los lugares que no pueden pasar desapercibidos ante el visitante es la catedral o seo, enorme. La descubrí, quedándome maravillado, en uno de mis primeros baños en la playa más cercana al piso en el que me alojé. También es preciso citar el Palacio Real, vecino de la seo que, si bien por fuera no parece ofrecer mucho, por dentro es una auténtica joya (recomiendo asistir al cambio de la guardia de honor, que tiene lugar el último sábado de cada mes al mediodía). Estas dos construcciones y sus alrededores hacen que la visita al centro de Palma sea única.
Un rincón que no podría olvidarme se encuentra en la plaza de España, junto al monumento en honor a Jaime I "El Conquistador". Allí, con un globo terráqueo y una veleta sobre su tejado, se encuentra una bella estación meteorológica, incluyendo los promedios de los parámetros que mide y una lista de distancias a los distintos municipios de la isla. La gente se junta para sentarse a sus pies, conversar, compartir experiencias y, de paso, hacer una pequeña predicción casera.
En esa misma plaza encontramos la estación del tren de Sóller, un ferrocarril de madera, clásico, que lleva a este municipio. Tuve la oportunidad de hacer este recorrido, en un trayecto que me llevó a este lugar, famoso por sus naranjas y su puerto, además de su magnífica iglesia, parada obligatoria para todo visitante.
Me gustaría también señalar el magnífico día que pasé en Alcudia, al norte de la isla, recorriendo sus estrechas calles empedradas, en el interior de la muralla, y pudiendo bañarme en una preciosa playa.
Y, por supuesto, querido lector, si visitas la isla de Mallorca, no te olvides de probar sus magníficas ensaimadas, deliciosas y de gran tamaño, pues realmente merecen la pena, así como visitar algunas de las tiendas gastronómicas por el centro, haciendo turismo de olores.
Todavía me queda por contaros la aventura en Cabrera, pero eso será en otra entrada.


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