jueves, 3 de marzo de 2011

Sierra de las Cabras (III): la cumbre

Cuando a un aventurero se le mete algo entre ceja y ceja es muy difícil interceptar su camino. Tendrá más o menos contratiempos, le costará en muchos casos un esfuerzo considerable pero, si no consigue su meta, estará contento porque habrá hecho todo lo posible y más por alcanzarla.
Después de haber disfrutado aquella mañana de enero en la Sierra de las Cabras, luchando contra la nieve, los resbalones, el viento, el frío y la gran pendiente, acabé contento, puesto que los resultados habían sido muy buenos (se alcanzaron los 1900 metros de altitud), pero me quedaba un mal sabor de boca por no haber llegado a la cima, el techo de la provincia de Albacete. El temporal me había jugado una mala pasada.
Así que, de nuevo, esta vez conociendo ya el terreno por la pasada experiencia y con una muy buena compañía, emprendí la marcha hacia lo más alto de la Sierra de las Cabras. Me reencontré con esa fuente, de la que una vez más no dudé en beber agua, ya que me encanta, cuando llego a un lugar, probar su agua. Los primeros metros, de nuevo, eran muy duros, con pendientes rondando porcentajes cercanos al cincuenta, mas el día era muy bueno, con una temperatura prácticamente primaveral y un sol espléndido. La pendiente no hacía más que crecer, por lo que tomé la decisión de desviar ligeramente la ruta hacia la izquierda, aunque la cima estuviera a la derecha, para buscar zonas más suaves, con la sorpresa para los montañeros que descubríamos esta sierra de encontrar un recorrido, que no camino, puesto que seguía siendo monte puro, por un arroyo estacional ahora seco, marcado con montones de piedrecitas. Este recorrido nos cambió las caras de esfuerzo y, si bien la caminata seguía siendo considerablemente dura, ahora no lo era tanto. Muy pronto aparecieron algunos neveros y, queridos lectores, en estos casos hay que hermanarse con la madre naturaleza: si hay barro, a la cara y, si hay nieve, pues también. Además, las propiedades de estos elementos son muy buenas para la piel. Ya en lo más alto de la montaña que estábamos ascendiendo, nos dirigimos por una ruta muy suave hacia La Atalaya que, con 2084 m de altitud, es el pico más alto de la provincia de Albacete. Fotos (incluyendo en una la bandera del III Centenario de la Feria de Albacete), abrazos, gritos, ¡lo habíamos conseguido! El viento hacía que la sensación térmica fuera menor, la nieve enfriaba el ambiente y había que abrigarse para no pillar un buen trancazo, aunque de poco nos sirvieron los abrigos a dos cabras locas (más adelante se verá). Siguiente paso, muy fácil, encontrar el geocaching escondido cerca de la cima: la ilusión por encontrar este caché en este precioso lugar y, además, ser el primero en hallar su escondite, fue enorme. Mis compañeros de caminata estaban cansados y preferían tomar fotografías, así que, en solitario, decidí ampliar mi recorrido un kilómetro más para llegar al vértice geodésico de Las Cabras, a 2081 m de altitud. A la vuelta, lo dicho, dos cabras locas, ropa fuera y, ¡a nadar en la nieve! El cuerpo fundido con la naturaleza, eso sí, durante no mucho tiempo, que hacía frío. Las vistas desde lo más alto eran impresionantes: nieve en las cumbres cercanas, descubrimos al norte el Calar del río Mundo, así como al sur La Sagra y, más al fondo, Sierra Nevada.
La bajada fue muy agradable, después de reponer fuerzas con una muy buena comida, eso sí, intentando no resbalar ante las pronunciadas pendientes.
Fue un día muy bueno, pasándolo en familia, consiguiendo el enorme reto que nos habíamos propuesto, hermanándonos de nuevo con la naturaleza y descubriendo estos parajes tan especiales que encierra la provincia de Albacete. Además, por unos momentos, fuimos los reyes de Albacete, es decir, las personas ubicadas a más altitud en toda la provincia. Sin duda, habrá que repetir con más asiduidad esta experiencia montañera.