domingo, 20 de noviembre de 2011

Cabrera, única

Queridos lectores, con esta entrada concluyo el relato sobre lo que supuso para mí la aventura de vivir dos meses en Mallorca. Como lo prometido es deuda, dedicaré las próximas líneas al Parque Nacional de Cabrera pero es necesario citar una despedida mágica de esa playa en la que tantas veces me bañé durante mi estancia: estuvimos toda la tarde jugando al fútbol, se hizo de noche y, como colofón, nos dimos un baño nocturno, con el agua increíblemente caliente, flotando y mirando las estrellas desde el mar; no olvidaré ese momento.
La jornada comenzaba muy temprano, en Palma, puesto que había que desplazarse hasta Colonia Sant Jordi para, allí, tomar el barco. A nuestra llegada al puerto, fuimos tremendamente afortunados, puesto que conseguimos los últimos billetes que había disponibles. Muy pronto nos encontrábamos surcando las aguas del mar Mediterráneo rumbo a Cabrera. Aparecieron una, dos, varias islas, de tamaños bien variados, hasta que atracamos en el puerto principal de Cabrera. Ya allí, elegimos una pequeña cala en la que, a la sombra de los pinos, pudimos ubicarnos. Nuestra sorpresa fue enorme cuando nos encontramos muchísimos peces en la misma orilla. Esta isla tiene unas aguas maravillosas, completamente cristalinas, que permiten observar el fondo con bastante facilidad. Aproveché para hacer un poco de snorkel, que realmente disfruté, puesto que pude contemplar un sinfín de peces y preciosos bancos de algas. En una ocasión, me acerqué a uno de ellos, le tendí la mano y vino a tocármela, sin ningún tipo de miedo, y es que, como nos encontramos en un paraje muy bien protegido, no tienen por qué temer al ser humano. Para concluir nuestra magnífica jornada en este paraíso, la única zona de España que tiene paisajes no humanizados, buscamos un nuevo tesoro (geocaching) para tener un muy buen recuerdo, también geocachero.
Tocaba emprender el viaje de vuelta, pero aquí no acababa la aventura, puesto que hicimos una breve pero intensa parada en la Cova Blava (Cueva Azul), lugar en el que, debido al fenómeno de la dispersión, la frecuencia más intensa de la luz es la azul (es decir, prácticamente todo tiene este color). Por supuesto, no desperdicié la oportunidad de tomar un baño en semejante lugar, teniendo la sensación de que, al nadar, mi propio cuerpo desprendia dicha luz. Y, para concluir este día perfecto, en el regreso, unos delfines aparecieron en nuestro camino. Inolvidable.