jueves, 16 de agosto de 2012

Entre la leyenda y las nubes (II)

Viaje de vuelta: reflexiono y aprovecho para tomar alguna fotografía de los paisajes que me rodean. Todavía me acompaña el equipo completo, ya que lo primero que hice al llegar a Inverness fue dirigirme al lago Ness. La jornada me ha sabido a poco: apenas he tenido la oportunidad de ver a decenas de metros el lago, para caminar luego por bonitas montañas en las que se perdía la referencia del agua. Quiero más, necesito una experiencia con mayor intensidad en la tierra que desde pequeño había soñado con descubrir.
La agenda del viajero no está escrita. Más bien, es un cuaderno que se va redactando conforme las experiencias van sucediendo. Por ello, en ocasiones, modificamos completamente el rumbo de lo previsto ante la posibilidad de encontrarnos con nuevas alternativas. Gracias a esta flexibilidad, mi viaje cambió de forma en ese trayecto; ahora, el plan era conocer la ciudad por la tarde/noche, pasear junto al río Ness, para al día siguiente volver a dirigirme hacia el lago, concretamente a Lockend, lugar que cité en la anterior entrada.
Así llegó un nuevo día, por supuesto con un madrugón, que merecería la pena, con la ilusión de seguir conociendo un lugar que todavía tenía que aportar mucho en ese cuaderno de ruta que es la vida. Casi sin tener tiempo para pensar, me encontraba en el final del lago, zona este, en el que se ubica una pequeña aldea de casas con vistas privilegiadas, únicas en el mundo: ante sí tienen la inmensidad de semejante formación.
Tuve la suerte de encontrarme con John, un lugareño que me contó cómo es su vida junto al lago, hablándome de las grandes olas que en ocasiones lo recorren, así como de la abundante pesca. Su habitación tiene tres paredes y una enorme cristalera hacia ese azul entre las montañas. Gracias a él, supe del que dicen que es el único lago no costero del mundo, ubicado a escasos metros del lugar.
Por supuesto, me dejé llevar por la intuición y caminé por varias sendas en busca de lo desconocido. Así pude contemplar la salida del lago al canal, con el faro que mi amigo había citado y, además, una preciosa laguna de aguas oscuras,  en calma, formando una perfecta reflexión de los árboles que la rodean.
Por el camino, con el espíritu totalmente limpio, disfrutando del lugar, maravillándome con las vistas y sintiéndome parte de la naturaleza, tomé un recuerdo que ya pertenece a mi "vitrina de aventurero": varios guijarros, ya que cuentan que las rocas sedimentarias de este lago son algunas de las más antiguas del mundo.
Continué andando en sentido opuesto, para cumplir uno de mis compromisos personales. Así, me encontraba en bañador (tras desprenderme de las muchas ropas de abrigo) frente a un reto: sumergirme en aquellas mágicas aguas. Frío, mucho frío. Un primer intento, fallido, con el agua a la cintura, mas no puedo salir rápidamente, evitando tropiezos con tantas rocas, afiladas, por supuesto, para la ocasión. Ya vestido, se activa ese yo aventurero: "Jorge, no puedes marcharte de este lugar así". Procedo de nuevo, ahora sin dudas, y durante varios segundos permanezco sumergido en el lago que tantas leyendas ha alimentado. Me cargo de energía, miro a mi alrededor y me siento parte del lugar. Ha merecido la pena: las aguas más frías en las que me he bañado en toda mi vida, pero las más bellas.
Llega la hora de la despedida. Prometo volver, todavía queda mucho por descubrir. Ahora lo entiendo todo: sigo sintiendo la ilusión por encontrar a Nessie, aun con la certeza de que no lo haré. Me siento muy agradecido por haber podido vivir esta aventura. Paisajes inolvidables, corazón lleno.