martes, 2 de febrero de 2010

CHILE (II): EL PUEBLO MAPUCHE

Después de ese esperado encuentro con nuestra querida expedición, nos dirigimos hacia Curarrehue. Ya nuestro conductor nos había avisado de que el termómetro, la noche anterior, había llegado a estar por debajo del cero en el lugar en el que pasaríamos cinco noches... parecía imposible: ¡bajo cero en verano! Estaba claro que este estío sería, más bien, fresquito... sobre todo cuando me di cuenta de que el polideportivo en el que dormiríamos tenía las ventanas abiertas: lo dicho, para que entre el fresco. La lluvia estaba siendo una auténtica constante en este viaje, había marcado tanto la salida de Villarrica como la llegada a Curarrehue pero, aun así, no detenía la ruta: el amarillo de las capas de agua era el color que ilustraba la expedición. Después de una exhibición de cueca, baile típico chileno, llegó la hora de la cena (¡por fin una comida en tierra firme desde ese desayuno en Madrid dos días atrás!, habiendo pasado por degustaciones tanto en avión como en autobús). Nada más dio de sí el día: el descanso lo tenía muy merecido, y mi saco me recompensó adiabáticamente, impidiendo que me enterara de las temperaturas externas.
"La marimorena", entonada por nuestro gran amigo, Jesús Luna, nos despertaba en el día en que nos acercaríamos a la cultura mapuche, era 24 de diciembre. Lo primero, recibir la bendición de los lonkos (autoridades religiosas de cada comunidad) de toda la comarca, siempre en un círculo abierto hacia el nacimiento del día, junto a los mamuches, unas esculturas que representan al hombre, con un cántaro hacia abajo sobre su cabeza, y a la mujer, con dicho cántaro hacia arriba: representan que la mujer recibe la energía de la naturaleza y la transmite al hombre. Seguidamente, comenzaría, tras el rápido desayuno, tratando de ganar unos minutos al reloj, la tarea de periodista: había muchas cosas que contar y, gracias a los profesores del colegio en el que nos alojábamos, pude hacer el primer envío de los nueve que acercarían nuestra aventura a la sociedad albaceteña. Con más prisa que pausa, llegué a tiempo de asistir a los talleres destinados a conocer la cultura del pueblo mapuche; dada la posibilidad de elegir los talleres en los que participaría, opté por el mapudungún (idioma mapuche) y las hierbas medicinales.
¡Kumé chipanto niaimún! La mejor forma era felicitarnos la Navidad como habíamos aprendido en el taller. La Nochebuena, llena de villancicos, alegría y vitalidad, fue inolvidable: la experiencia de vivir una Navidad totalmente olvidada del consumismo sería algo realmente importante. Solo los sentimientos creados por la amistad residían en todos nosotros, olvidando cenas en las que se acaba comiendo sin hambre, la obligación de tener que recibir y dar regalos... prefiero ofrecer un regalo como muestra de cariño, por sorpresa, haciendo mucho más especial el momento.
Queridos lectores, en la próxima entrada, mucho más: la aventura continuará con dos grandes caminatas.

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