lunes, 13 de junio de 2011

Sobre las "democracias"

Copaba la mayoría de las páginas de temas internacionales. Se había convertido en la noticia más actual, relevante y citada durante varios meses. Tan solo relegada a un segundo plano durante unos días por la catástrofe japonesa, acompañada del alto riesgo nuclear, la dictadura de Gadafi, sobre la que corrieron ríos de tinta, en la que se han vulnerado claramente los derechos humanos del pueblo, debe llegar a su fin. La intervención internacional ha sido clave en el desarrollo del conflicto, luchando frente a un opresor del que solo en las semanas más recientes se han destapado las atrocidades cometidas, pero estoy seguro de que las hubo, en gran cantidad e incluso más crueles, en un pasado. Ése es el sistema dictatorial: o acatas mis normas o te corto el cuello.

Vemos el conflicto desde la lejanía, quizá recientemente no tanto debido a la participación de algunas unidades de nuestras tropas, mas todo este aluvión informativo que recientemente ha llegado hasta nuestros oídos me hace reflexionar sobre el estado de nuestra democracia, concluyendo que no estamos tan lejos de una dictadura: hemos progresado, dando pasos gigantes, pero todavía queda mucho camino por hacer. El primer síntoma de debilidad es que muchos de los pertenecientes a la clase política están encausados por la justicia por tramas de corrupción, y rara es la quincena en la que no se destapa alguna nueva artimaña para robar al pueblo, quien anteriormente confió en ellos; generalizar no es bueno, pero está claro que muchos nos están tomando el pelo y no lo podemos permitir. El segundo no es otro que los terroristas no cesaran en su intento de presentarse a las elecciones, conscientes de que muy probablemente acabarían consiguiendo su objetivo. Otro rasgo más de esta débil democracia es la incapacidad de gobierno y oposición para ponerse de acuerdo en los temas más importantes que son determinantes para el desarrollo de nuestro país: que yo recuerde, la última vez que las opiniones de Rajoy y Zapatero coincidieron en algo fue para apoyar a Alberto Contador, al que yo también mando mis ánimos, pero éste es un tema de menos importancia si tenemos en cuenta los hechos que están sucediendo; si no contamos con un gobierno fuerte, capaz de unir a los dos grandes partidos políticos de nuestro país para los temas de mayor trascendencia nacional, no llegaremos muy lejos. Finalmente, uno de los mayores disgustos que me ha creado la reciente crisis es la facilidad para impulsar los recortes en la educación: nunca está de más la inversión en la formación de los que serán los próximos responsables de la salud económica del país pero, obviamente, ésta es una medida a largo plazo que ningún interés electoral despierta en la política: queremos pan (votos) para hoy y hambre (propiamente dicha) para mañana.

Sin embargo, creo rotundamente que no está en la clase política (dicen que el poder corrompe, aunque eso no los exculpa de la situación en que nos tienen inmersos) la raíz íntegra de la debilidad de nuestra democracia. Día a día nos hemos acostumbrado a un sistema de chantajes, enchufismos, hipocresía y falsedad: el qué dirán se ha convertido en la mayor preocupación de la sociedad, por encima incluso de hacer las cosas bien. Ya no es ser la mujer del César y tener que parecerlo, sino más bien intentar parecer lo que en verdad no se es. Tampoco se usa la dialéctica para convencer, sino la opresión: como soy más poderoso que tú, debes hacer esto o lo otro porque, de lo contrario, sufrirás las consecuencias; me da igual tu opinión, ya que lo harás porque te obligo y no porque sea positivo. Y no me refiero solo al ámbito empresarial, sino también al educativo, al familiar (violencia de género) y, en general, impera en cada una de las acciones llevadas a cabo en sociedad. Conseguir un puesto de trabajo significa intentar engañar a tus futuros jefes, aparentando ser el empleado perfecto y buscando algún amiguete que te facilite la labor: recuerdo cómo en una entrevista, hace varios años, me preguntaron quiénes eran mi padre y mi madre, quizá por miedo a que fueran demasiado poderosos y pudieran aplastarlos; simplemente respondí que no les interesaba, porque el que trabaría para ellos sería yo… no me co.

Tener una sociedad democrática significa ser libres de poder decir lo que sentimos, sin miedo a la opresión y a sus posibles consecuencias; de lo contrario, o bien sufriremos constantemente represalias, o la hipocresía invadirá necesariamente nuestras palabras. El gobierno del pueblo se debe construir desde cada una de nuestras experiencias personales, respetando y valorando todas las opiniones que se nos ofrezcan. Los cimientos de la democracia están todavía por construir, mas se encuentran en las manos de todos y cada uno de nuestros ciudadanos. Por una sociedad libre, sincera y dialogante.

El movimiento 15-M, entre otras reivindicaciones, no pide nada más que sanear nuestro sistema político y social, que la honradez prime sobre los intereses personales y que las minorías, aunque sean eso, minorías, sean escuchadas. Tengo el sueño de que todas sus propuestas sean consideradas muy seriamente por los gobernantes, así como espero que se recupere la tradicional forma de hacer política: que se tenga más en cuenta el pueblo, cuyos intereses son los que deberían primar, trabajando los gobiernos para sus ciudadanos y no en sentido contrario. Que la gente debata, se reúna al atardecer o cuando lo estime necesario para luchar por su futuro, que aporte ideas, y que éstas no se pierdan en trámites burocráticos. Este sistema (sueño, de momento), suena bien, muy bien… queridos lectores, espero vuestras propuestas en forma de comentarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario