sábado, 30 de julio de 2011

Perú (I): llegada y primer gran desafío

Queridos lectores, tengo que contaros una gran experiencia que he vivido durante los meses de junio y julio de este 2011. En esta ocasión, como en muchas otras, he tenido el privilegio de acompañar a Ruta Quetzal BBVA en su viaje por Perú, Portugal y España, viviendo una infinidad de buenos momentos, así como descubriendo a cientos de personas inolvidables que ya se han ganado un buen rinconcito en mi corazón.
Después de visitar un país tan diverso como el que este año hemos recorrido en América, estoy obligado a declararme un auténtico "perulero", como aquellos Españoles que iban al Perú y regresaban enriquecidos: todos esos momentos, que se volvieron en mi archivo más íntimo, tienen un valor incalculable.
La primera escala de nuestro viaje fue Lima, en la que Alan García, Presidente de Perú, recibió a la expedición en el Palacio de Gobierno. La capital es una ciudad preciosa, destacando su plaza de Armas, punto de obligatoria parada, en la que me hubiera encantado entrar a la Catedral, que estaba cerrada: allí fue donde trabajó mi paisano Tomás de Torrejón y Velasco, Maestro de Capilla, que fue quien escribió la primera ópera en el Nuevo Mundo, titulada "La púrpura de la rosa", con libreto de Pedro Calderón de la Barca. También tengo constancia de que otro paisano mío, el virrey Morcillo, está enterrado en este lugar.
Posteriormente recorrimos el desierto moche, conociendo no sólo la cultura que le da nombre, sino también otras como chimú o sicán. Muy imporante sería nuestra estancia en Huanchaco y el descubrimiento de la embarcación típica de pesca en este lugar, los caballitos de totora: conocimos su fabricación y también pudimos comprobar la sensación del pescador al navegar en ellos, eso sí, con alguna ola traicionera del Pacífico que nos caló con sus aguas frías.
Pasaron los días, con alguna que otra visita de Moctezuma, y llegó el primer gran desafío: ascenderíamos desde Tingo hasta Kuélap, una ciudadela de origen chachapoyas. El camino fue de gran dificultad, puesto que el desnivel a salvar era de más de mil metros en tan solo diez kilómetros de recorrido. Precisamente en los últimos instantes la pendiente se dispararía, sumándole a ello la gran altitud y el cansancio acumulado: era imposible dar más de cinco pasos seguidos sin parar para tomar un respiro. Pero ahí estaba, a tres mil metros de altitud, la ciudadela de Kuélap, esperando a los ruteros. La llegada fue impresionante: allí nos esperaba una banda de música y varias agrupaciones de bailes típicos para darnos la más acogedora bienvenida. Estábamos entre las nubes, divisando una gran cantidad de preciosos paisajes a nuestros pies; no me cansaba de tomar fotografías, porque cada vez que miraba en cualquier dirección descubría una instantánea increíble.
No me gusta entrar en comparaciones, pero Kuélap está al nivel de cimas míticas, como Machu Picchu: se encuentra a más altitud, tiene una mayor antigüedad y cuenta con las casas típicas de la cultura chachapoyas, con forma circular.
Lo principal es que fue una visita inolvidable. Costó mucho llegar hasta este lugar pero, de verdad, el esfuerzo mereció la pena. Encontrarme en los últimos metros de subida y divisar cada vez más cerca la muralla era un impulso extra de energía que me ayudaba en este desafío.

Aquí os dejo el enlace con la colección de todas las crónicas para La Tribuna de Albacete.